viernes, 2 de mayo de 2025

Adorable abuelito

 


ADORABLE ABUELITO

CRÓNICA DE BUENOS AIRES

 

El bar que suelo frecuentar para beber un buen expreso, es una fuente inagotable de personajes tan singulares que superan mis más locas fantasías.

En esta oportunidad se trata de un sujeto al que comencé a prestar atención a poco de escucharlo cuando mantenía una conversación telefónica. Sí, sí. Ya los imagino pensando: este tipo es un chusma que se sienta en un bar a tomar café como excusa para escuchar conversaciones ajenas. ¡Falso! ¡No prejuzguen! El caso es, o tengo un oído biónico (ridículo) o, en estos tiempos en que todo se comparte sin pudor alguno incluso hasta las más ocultas intimidades, las personas vociferan en sus conversaciones privadas, sean telefónicas o hablando cara a cara, como si tuviesen problemas auditivos.

En fin, como sea, se trataba de un hombre que rondaría entre los cincuenta y sesenta años (no soy bueno estimando edades, pero llegué a esta conclusión por lo que deduje de su charla). Era de contextura física corpulenta, anchas espaldas, tórax robusto; su brazo derecho (el único que alcanzaba a ver) fornido, vigoroso, estaba íntegramente cubierto por un tatuaje que se extendía desde la muñeca hasta perderse debajo de la manga corta de su remara negra. La cara cuadrada, con papada incipiente, lucía una expresión rubicunda. Tenía el pelo entrecano, muy corto, enhiesto como cerdas de un cepillo. Llevaba anteojos. Se diría un tipo que en su juventud podría haber formado parte de la troupe de Titanes en el ring.

Dije que me sentí atraído por su conversación telefónica, la cual, palabras más, palabras menos, paso a relatar. Le contaba a un amigo (eso supuse) que su nieto iba a un colegio cuyo nombre no recuerdo, y que cuando una nena lo empujó, él le pegó un cachetazo que la tiró al piso; no conforme con ello, enseguida se le arrojó encima y la mordió. Lo decía entre sonoras risotadas. Sí, no le alcanzó con tirarla al suelo, después la mordió, repitió riendo a carcajadas. Me gustó, continuó diciendo, la chica le hizo algo y él reaccionó; casi se la come. Más carcajadas. Me parece bien, la nena no debe ser muy inocente. Como abuelo estoy orgulloso de que no se la haya aguantado.

No pude evitarlo, le clavé la mirada en tanto pensaba: «Qué hijo de puta». El me miró. Fue una reacción impulsiva, en ese momento no consideré que si hubiese reaccionado ante mi evidente hostilidad podría haberme pasado por arriba como un tractor, pero, para mi suerte, desvió la mirada y siguió comiendo su sándwich tostado con un café cortado.

Sin duda voy a emplearlo como personaje en alguno de mis relatos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario