¿SENSIBILIDAD O HIPOCRESÍA?
Décadas
atrás, carros tirados por caballos transportando distintos tipos de carga, formaban
parte del escenario cotidiano en la Ciudad de Buenos Aires.
Después de
cuantiosas campañas llevadas a cabo por organizaciones no gubernamentales en
contra del maltrato animal, se prohibió la tracción a sangre en los principales
centros urbanos del país, entre ellos, obviamente, CABA.
Aquel
escenario, intrascendente para los habitantes de la época, hoy generaría el
repudio airado, cuando no reacciones violentas, por parte de la burguesía
citadina.
A primera
vista, esta actitud podría interpretarse como la expresión de una sociedad
sensible, cuyos valores humanitarios han prevalecido sobre una práctica, otrora
considerada natural, en la que el ser humano se erige como la especie dominante
por sobre todas las demás que habitan el planeta. Una sociedad que, ahora, podría
proclamar con orgullo: «¡hemos evolucionado para
mejor!».
Pero... ¿es realmente así? Permítanme no suscribir tan a la ligera esta afirmación. Se dice que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Y es que, ¿realmente somos mejores? ¿Mejores que quién? ¿Mejores que nuestros antecesores, porque ellos, seres desalmados, se valían del caballo para impulsar sus carros, aún cuando los vehículos motorizados ya colmaban nuestras calles? ¿Eran, por ello, peores personas que las que las del presente?