domingo, 28 de mayo de 2023

¿SENSIBILIDAD O HIPOCRESÍA?


 

 

 ¿SENSIBILIDAD O HIPOCRESÍA?

Décadas atrás, carros tirados por caballos transportando distintos tipos de carga, formaban parte del escenario cotidiano en la Ciudad de Buenos Aires.

Después de cuantiosas campañas llevadas a cabo por organizaciones no gubernamentales en contra del maltrato animal, se prohibió la tracción a sangre en los principales centros urbanos del país, entre ellos, obviamente, CABA.

Aquel escenario, intrascendente para los habitantes de la época, hoy generaría el repudio airado, cuando no reacciones violentas, por parte de la burguesía citadina.

A primera vista, esta actitud podría interpretarse como la expresión de una sociedad sensible, cuyos valores humanitarios han prevalecido sobre una práctica, otrora considerada natural, en la que el ser humano se erige como la especie dominante por sobre todas las demás que habitan el planeta. Una sociedad que, ahora, podría proclamar con orgullo: «¡hemos evolucionado para mejor!».

Pero... ¿es realmente así? Permítanme no suscribir tan a la ligera esta afirmación. Se dice que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Y es que, ¿realmente somos mejores? ¿Mejores que quién? ¿Mejores que nuestros antecesores, porque ellos, seres desalmados, se valían del caballo para impulsar sus carros, aún cuando los vehículos motorizados ya colmaban nuestras calles? ¿Eran, por ello, peores personas que las que las del presente?

En esos tiempos, el ‘botellero’, un hombre conduciendo un carro ‘tirado por un caballo’, recorría las calles de la Ciudad anunciando a voz en cuello: ¡Botillieeee-ro!, ¡Botillieeee-ro!... Su actividad consistía en recolectar, entre otros trastos (metales, partes de muebles viejos, vajilla, etcétera) los envases de vidrio vacíos (el plástico no tenía la presencia de nuestros días) que se desechaban en los hogares. Podríamos asimilarlo al actual “reciclador o recuperador urbano”, eufemismo políticamente correcto para el coloquialmente conocido como cartonero.

Hoy, los habitantes de Buenos Aires ven transitar a estos hombres de a pie arrastrando un carro, con la misma indiferencia y naturalidad que los vecinos de antaño otorgaban al botellero.[1]

Estos recuperadores urbanos, varones o mujeres, solos o en parejas, a veces acompañados por uno o dos pequeños corriendo a su lado, porque seguramente no tienen la posibilidad de dejarlos al cuidado de otra persona, recorren las calles arrastrando sus carros con temperaturas que rondan los 40ºC o los 4ºC y aún menos, con sol o bajo la lluvia;

Entonces me pregunto: ¿Por qué una sociedad se compadece con los nobles cuadrúpedos pero muestra una total indiferencia hacia esas nobles bestias bípedas, realizando la misma tarea que aquellos? ¿Por qué si las calles de Buenos Aires están vedadas para los carros tirados por caballos, burros, mulas, bueyes o los cisnes de la carroza de Venus, los humanos quedan excluidos de esta prohibición? Resulta llamativo que ninguna asociación civil o fundación haya iniciado una entusiasta campaña bajo el slogan: ‘Los seres humanos también somos animales y merecemos las mismas consideraciones’. Así pues, ¿cuánto hay de moda, hipocresía y sobreactuación en las teatrales muestras de sensibilidad?

Escuché argumentar: los caballos no tienen la posibilidad de elegir, el hombre sí.

¿Enserio? ¿Acaso suponen que un hombre o mujer tira de un carro a lo largo de incontables cuadras, bajo condiciones climáticas desfavorables, por unos pocos pesos al final del día, habiendo podido elegir entre otras posibilidades laborales? Posiblemente se refieren a la elección entre tirar del carro cargado y comer, o hacer dieta de abstinencia de hidratos de carbono, frutas, verduras, arroz, legumbres y demás platillos que suelen servir de alimento. Brillante alternativa, sobre la cuál considero que no merece comentario alguno.

¿Qué hacer, entonces? ¿Prohibir la actividad de los cartoneros? ¡Por supuesto que no! Enfáticamente ¡no!  Desempeñan una labor que contribuye a la economía circular (economía del reciclado) y, consecuentemente, a la preservación del medio ambiente, pero, por sobre todo, porque jamás propondría quitarle la fuente de sustento a un individuo o a una familia; lo cuál, a mi entender sería un acto no sólo inhumano, sino también profundamente inmoral.

Existe una solución sumamente simple, que no entiendo por qué las autoridades correspondientes aún no la han implementado. El Gobierno de la Ciudad, que reconoce oficialmente la actividad de los recuperadores[2], debería proveer a cada uno de ellos (en usufructo, comodato u otro mecanismo apropiado), un rodado eléctrico (bicicleta, carrito -similar a los utilizados en los campos de golf-, etcétera) con el cual remolcar la carga. Se trataría de una medida humanitaria que no afectaría sensiblemente las arcas de la Ciudad, al mismo tiempo que haría más eficiente la tarea de recolección, para deleite de los paladines de la eficiencia por sobre toda otra consideración humana.

Ah, por cierto, no vendría nada mal una Sociedad Protectora de Seres Humanos.

 



[1] Según el portal microjuris.com, “Se entiende por tracción a sangre (o T.A.S) como el acto y la consecuencia de tirar de una cosa con el objetivo de desplazarla o de conseguir que se mueva. Se considera entonces que T.A.S, consiste en el uso de un «cuerpo biológico» – sea un animal humano o no humano – para arrastrar un carro u otro dispositivo y transportar carga con el empleo de su propia fuerza”.

[2] Ley Nª 992 promulgada por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: decláranse ‘servicios públicos’ a los servicios de higiene urbana de la C.A.B.A. Incorpórase en esta categoría a los recuperadores de residuos reciclables. Créase el Registro de Recuperadores y de Cooperativas de Pequeñas y Medianas Empresas. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario