domingo, 26 de julio de 2020

¿Y DESPUÉS QUÉ?



“Las epidemias son una categoría de enfermedad

que parece mostrar el espejo a los seres humanos

sobre quiénes somos realmente”.[1]

 

Era mi intención destinar este módulo del blog a una serie de apuntes sobre sucesos cotidianos, a los que no solemos prestarle mayor atención por considerarlos parte de nuestra ‘normalidad’, si bien, a poco de depositar en ellos una mirada más atenta, nos revelan una nueva perspectiva de la realidad.

Pero las circunstancias actuales frustraron mi propósito. “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”, dijo alguien.

Tenía unos pocos años de edad cuando la epidemia de poliomielitis (1956) (enfermedad para la cual aún no existía una vacuna), no obstante, recuerdo con claridad el miedo de mis padres por lo que pudiera sucedernos a mi hermana y a mí. Pasaron muchos años de aquello en cuyo transcurso padecimos otras epidemias, pero ninguna nos ha conmocionado como la presente. Es que el Covid-19 afecta, además de la salud, a todo lo que formaba parte de nuestra normalidad: saludar con un beso, estrecharnos la mano, compartir el mate, reunirnos en familia o en torno a la mesa de un bar con amigos, ir al cine, al teatro, a conciertos, a eventos deportivos, tener sexo casual, y tantas otros actos en los que nuestros cuerpos ambicionaban el contacto del otro, como parte de una rutina vital.

Pero ahora, el otro y nuestro entorno se han transformado en algo peligroso, imponiéndonos el distanciamiento y el confinamiento como las respuestas más efectivas de preservación. Vaya paradoja, la civilización super desarrollada recurriendo a las mismas prácticas empleadas desde hace siglos para enfrentar las epidemias.