EMPRENDIMIENTO
CRÓNICAS DE LA CIUDAD
La vi por primera vez hace ya largos
años.
Era una mujer de edad dudosa; tanto daba
afirmar que cursaba los treinta como los cincuenta. Alta, flaca, sin garbo
alguno, su pelo negro y corto, peinado hacia atrás, lucía opaco y descuidado. El
rostro afilado, con las mejillas hundidas y pómulos salientes, era como una
máscara que no expresaba emoción alguna. Sus labios, fuertemente apretados,
dibujaban una fina línea casi imperceptible, y dos profundos surcos se
deslizaban desde las aletas nasales hasta la comisura de la boca, como si
hubiesen sido tallados sobre la piel curtida de un tono terroso. Sólo sus ojos
delataban alguna emoción: negros, de mirada intensa, desafiantes, saltaban en
sus órbitas de un lado a otro, atentos a cuánto sucedía en su derredor, como un
ave de rapiña rastreando una presa. Enfundada en un abrigo marrón arratonado,
largo hasta casi los tobillos, parecía una figura de terracota que había
cobrado vida. Así y todo, su presencia irradiaba una cierta dignidad