lunes, 7 de octubre de 2024

CONVICCIONES

   


CONVICCIONES

APUNTE

 

Convicción: “Idea religiosa, ética o política a la que se está fuertemente adherido”.

 

Somos cuatro vecinos del barrio que periódicamente, al caer la tarde, nos reunimos en un bar próximo a nuestras viviendas, para pasar unos momentos de solaz en compañía, mientras disfrutamos de sendos cafés. Los cuatro jubilados. Son reuniones que resultan entretenidas, considerando las diversas personalidades de mis compañeros de mesa. Uno de ellos se autodefine como peronista de Perón, pero nunca pude desentrañar el significado de dicha definición (peronismo de Peró)’, tampoco le pregunté, no deseaba entrar en debates enojosos; otro, radical desde la cuna, como solía afirmar, y ferviente antiperonista, fue votante de Milei; el tercero, un nihilista que descreía todo y de todos, que sostenía adherir sólo a sus propios principios, a los cuales tampoco pude acceder.

Por lo general, sin que lo hayamos acordado, evitábamos hablar de política y religión, para no crear situaciones irritantes en los encuentros. Así pues, distraíamos el tiempo con debates sobre fútbol, en los que abundaban las chicanas entre adherentes de equipos contrarios; comentarios sobre escritores y libros, que solíamos intercambiar, con la promesa, siempre incumplida, de devolverlos apenas termináramos de leerlos; la evolución del valor del dólar blue, y superficiales menciones, no exentas de descontento, sobre el aumento del costo de los servicios, de los gastos en general, y lo magro de nuestras jubilaciones.

Ocurrió el martes siguiente al acto en Parque Lezama.

 

Alguien, no recuerdo quién, preguntó si habíamos escuchado el discurso de Milei. Mala idea. Desencadenó una refriega de proporciones mayúsculas. El tono, las palabras y las actitudes corporales expuestas adquirieron niveles de agresión personales nunca antes exteriorizados. Intenté apaciguar las pasiones desatadas adoptando una posición en extremo pragmática: distante de cualquier inclinación partidaria o dogma ideológico. Argumenté que, independientemente de cualquier posición ideológica, debíamos reconocer que durante esos periodos tan denostados por Milei y sus aliados, nuestras vidas (intencionadamente conservé mi intervención en el terreno personal) transcurría por carriles más confortables: no considerábamos el costo de los servicios; no estábamos pendientes de las promociones en los supermercados, ni siquiera mirábamos los precios de los productos que volcábamos al carrito; nuestras periódicas salidas al cine o al teatro incluían siempre deliciosas cenas en restaurantes de afamados chef, con el único obstáculo de vernos obligados a reserva mesa con anticipación, para evitar las constantes colas en la puerta esperando por un lugar que se liberara; nuestras esposas, y nosotros mismos, renovábamos todas las temporadas buena parte de nuestros vestuarios; cambiamos los electrodomésticos por equipos de última generación... Debo decir que apelaba a estos ejemplos con algo de malicia, pues durante aquellos años, esas experiencias abundaban en nuestras charlas, narradas con lujo de detalle.   

Imprevistamente, me interrumpió el nihilista vociferando: «¡Y ahora estamos pagando la fiesta. Prefiero esto a los chorros populistas!». A lo que el radical adhirió diciendo: «Absolutamente cierto. Con el verso de los derechos se beneficiaron a vagos y arrivistas», En tanto el peronista se mantuvo callado. Caímos en un pesado silencio durante algunos minutos, luego retomamos el tema del fútbol. Al fin de cuentas, qué otra cosa podría ser más importante.

Mientras regresaba a mi departamento, evocando el altercado, concluí que la definición de la RAE estaba incompleta: el odio[1], también funda una convicción, a la que no pocos adhieren fuertemente.



[1] Muchos psicólogos consideran al odio como una actitud o disposición profunda y duradera de intensa animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo o u objeto.

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