CONVICCIONES
APUNTE
Convicción:
“Idea religiosa, ética o política a la que se está fuertemente adherido”.
Somos cuatro vecinos del barrio que
periódicamente, al caer la tarde, nos reunimos en un bar próximo a nuestras
viviendas, para pasar unos momentos de solaz en compañía, mientras disfrutamos
de sendos cafés. Los cuatro jubilados. Son reuniones que resultan entretenidas,
considerando las diversas personalidades de mis compañeros de mesa. Uno de
ellos se autodefine como peronista de Perón, pero nunca pude desentrañar el
significado de dicha definición (peronismo
de Peró)’, tampoco le pregunté, no deseaba entrar en debates enojosos; otro,
radical desde la cuna, como solía afirmar, y ferviente antiperonista, fue
votante de Milei; el tercero, un nihilista que descreía todo y de todos, que sostenía
adherir sólo a sus propios principios, a los cuales tampoco pude acceder.
Por lo general, sin que lo hayamos
acordado, evitábamos hablar de política y religión, para no crear situaciones
irritantes en los encuentros. Así pues, distraíamos el tiempo con debates sobre
fútbol, en los que abundaban las chicanas
entre adherentes de equipos contrarios; comentarios sobre escritores y libros,
que solíamos intercambiar, con la promesa, siempre incumplida, de devolverlos
apenas termináramos de leerlos; la evolución del valor del dólar blue, y superficiales menciones, no
exentas de descontento, sobre el aumento del costo de los servicios, de los
gastos en general, y lo magro de nuestras jubilaciones.
Ocurrió el martes siguiente al acto en Parque Lezama.
Alguien, no recuerdo quién, preguntó si habíamos escuchado el
discurso de Milei. Mala idea. Desencadenó una refriega de proporciones mayúsculas.
El tono, las palabras y las actitudes corporales expuestas adquirieron niveles
de agresión personales nunca antes exteriorizados. Intenté apaciguar las
pasiones desatadas adoptando una posición en extremo pragmática: distante de
cualquier inclinación partidaria o dogma ideológico. Argumenté que, independientemente
de cualquier posición ideológica, debíamos reconocer que durante esos periodos
tan denostados por Milei y sus aliados, nuestras vidas (intencionadamente
conservé mi intervención en el terreno personal) transcurría por carriles más confortables:
no considerábamos el costo de los servicios; no estábamos pendientes de las
promociones en los supermercados, ni siquiera mirábamos los precios de los
productos que volcábamos al carrito; nuestras periódicas salidas al cine o al
teatro incluían siempre deliciosas cenas en restaurantes de afamados chef, con
el único obstáculo de vernos obligados a reserva mesa con anticipación, para
evitar las constantes colas en la puerta esperando por un lugar que se liberara;
nuestras esposas, y nosotros mismos, renovábamos todas las temporadas buena parte
de nuestros vestuarios; cambiamos los electrodomésticos por equipos de última
generación... Debo decir que apelaba a estos ejemplos con algo de malicia, pues
durante aquellos años, esas experiencias abundaban en nuestras charlas,
narradas con lujo de detalle.
Imprevistamente, me interrumpió el
nihilista vociferando: «¡Y ahora estamos pagando la fiesta. Prefiero esto a los
chorros populistas!». A lo que el radical adhirió diciendo: «Absolutamente
cierto. Con el verso de los derechos se beneficiaron a vagos y arrivistas», En
tanto el peronista se mantuvo callado. Caímos en un pesado silencio durante
algunos minutos, luego retomamos el tema del fútbol. Al fin de cuentas, qué
otra cosa podría ser más importante.
Mientras regresaba a mi departamento, evocando
el altercado, concluí que la definición de la RAE estaba incompleta: el odio[1], también
funda una convicción, a la que no pocos adhieren fuertemente.
[1] Muchos psicólogos consideran al odio como una actitud o disposición profunda y duradera de intensa animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo o u objeto.
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