lunes, 2 de mayo de 2022

¿QUÉ FUE DE LA PARÍS ARGENTINA?

 

 

 



¿QUÉ FUE DE LA PARÍS ARGENTINA?

 CRÓNICAS DE BUENOS AIRES

 

En las mañanas, durante el desayuno, suelo hacer zapping entre distintos programas radiales de noticias. Son diversas las razones que me impulsana ello: a) no quiero quedarme con una sola versión de los hechos; b) no soporto a los periodistas que más que comunicar y, si se quiere, comentar la noticia, se comportan como portavoces, ya no de una línea de pensamiento político o económico, sino de un sello partidario particular, e incluso de algún potencial candidato que disputa una interna en ese mismo espacio político. No necesito que me adoctrinen, bien o mal puedo arribar a mis propias conclusiones sobre un suceso; y c) me aburren las tandas publicitarias. Pero, por lo general, debido a distintas razones que no vienen al caso, son éstas las que aprovecho para cambiar de sintonía.

Claro que hay mejores formas de comenzar el día, pero tampoco es cuestión de pretender ganar el paraíso sin sacrificio alguno.

Sucedió una de aquellas mañanas. Había finalizado la arenga de adoctrinamiento por parte del conductor del programa... ¿o era el editorial?, como sea, el caso fue que a continuación apareció la tanda publicitaria. Por alguna razón que no recuerdo omití saltar a otra emisora. Imperdonable error; si lo hubiera hecho no estaría escribiendo estas líneas.

Así pues, escuchaba la publicidad como si fuese un ruido de fondo hasta que un anuncio atrajo mi atención. Se trataba de la promoción de un comercio dedicado a la compra de oro, pero no fue ésta la razón de mi asombro, sino el hecho de que estuviera situado en una de las zonas más exclusivas de la Ciudad: ¡la París argentina! Apelativo con el cual, años atrás, se identificaba a un sector bastante impreciso del barrio de la Recoleta que abarcaba las calles Quintana, Alvear, Posadas, Guido, la cuadra de Libertad entre Quintana y Posadas y los alrededores de la plazoleta Carlos Pellegrini. Era un área eminentemente residencial, orgullo de la oligarquía porteña que veía en las elites europeas, y particularmente parisinas, la inspiración de un estilo de vida social y cultural, la esencia del mundo civilizado.

Abundaban allí los petits hôtels de tipo parisino, mansiones y palacetes con la clásica arquitectura francesa y unos pocos edificios con un departamento por piso, majestuosas fachadas en mármol o piedra y explanadas con rotondas para los automóviles; de modo tal que los pasajeros sólo debían realizar unos pocos pasos para acceder al interior del inmueble, ¿Comodidad.... privacidad?.  

La mención de la calle en el anuncio publicitario me hizo evocar aquel viejo barrio que tanto conocía por haberme criado a pocas cuadras del lugar  Vivía en una de las calles de lo que podríamos designar como los extramuros de aquel grupo de arterias reservadas a la nobleza local.

En efecto, asistí hasta tercer grado a la escuela (estatal) Domingo Faustino Sarmiento (más conocida como Cinco Esquinas), que aún hoy ocupa toda la esquina de Libertad y Quintana, y terminé la primaria en el Juan José Castelli (también del estado), situado en Arenales entre Cerrito y Rodríguez Peña, antes de que fuera devorado por la avenida 9 de Julio (hoy funciona en su nuevo edificio de la calle Ayacucho entre Las Heras y Vicente López) .

Permítanme una corta digresión fuera de tema: Era obligatorio el cambio de colegio pues el Cinco esquinas era mixto hasta tercer grado, luego solamente de niñas; el Castelli, por su parte, era exclusivo para varones. Calculo que así se preservaba la virtud de las chicas del barrio, o bien se evitaba que muchachitos de ocho o nueve años fuesen tentados por la serpiente, o ambas razones a la vez.   .

Así pues, recordé aquellas calles desiertas dónde no existían locales comerciales más que las galerías Alvear y Promenade, el hotel Alvear y un par de farmacias; había además una confitería (en Posadas y Libertad).

Obviamente el barrio Recoleta era más extenso que el reducido número de cuadras que acabo de mencionar, aunque no tanto como hoy pretenden instalar las inmobiliarias, que de continuar así, en poco tiempo el obelisco, la casa de gobierno, San Telmo, la Boca, Belgrano, Nuñez, formarán parte de la famosa Recoleta (todo vale para aumentar el valor de las propiedades). .Las calles en la periferia de la Parías argentina, si bien pertenecían al mismo barrio, carecían del glamour y la dignidad que aquellas ostentaban. Había allí almacenes, librerías, bares, locales de ropa, peluquerías, un mercado con puestos de carnes, pollos, frutas y verduras (los supermercados aún no se había inventado), panaderías, heladerías, pequeños talleres unipersonales aplicados al arreglo de prendas o calzado, cerrajerías, una carbonería dónde también se vendía papa y cebolla, dos pensiones... y un conventillo.

¡Ah!..., el conventillo: merece unas palabras. Tenía forma de L con una entrada por la calle Libertad y otra por Arenales.

 


Constaba de un patio angosto a cuyos lados se alineaban pequeños departamentos, o dicho con mayor propiedad, pequeñas habitaciones (y con pequeñas quiero decir pequeñas) cada una de las cuales albergaba una familia completa, por lo general con varios hijos. En la planta superior había una galería con baranda de hierro, donde también, al igual que en la planta baja, se sucedían las habitaciones, pegadas unas a otras. Un baño común en cada planta y una línea de piletas, al fondo de la planta baja que servía de lavadero. ¿Cocina? Cada familia preparaba sus comidas sobre un calentador a kerosene en el interior de su propio habitáculo.  

Los chicos de barrio que vivíamos en casas o departamentos, lo cual presuponía un estrato social superior que el de los moradores del conventillo, teníamos vedado, por mandato de nuestros padres, ingresar al lugar. Y tal vez por eso mismo, cuando nos juntábamos a jugar en la calle (en aquellos años los chicos jugábamos en la plaza o en la calle) cobrábamos valor y nos aventurábamos al interior del patio. Era una incursión a un territorio desconocido, habitado por seres maléficos que surgían de las profundidades de sus oscuras cavernas. Pero aquellas expediciones no se prolongaban más que unos pocos pasos hacia el interior del territorio enemigo, porque alguna de sus guardianas, siempre mujeres, aparecía con la excusa de ir al lavadero o para colgar ropa de las sogas que atravesaban el patio a la altura del piso superior, y nos espantaba a los gritos: <<¿Qué hacen aquí?... ¿No tienen otro lugar dónde ir a jugar?>> Entonces, emprendíamos la retira corriendo, y ya en la calle, cuando nos sentíamos seguros, nos congratulábamos por haber salido sanos y salvos

Hoy aquel tan peligroso territorio se ha reconvertido en el Pasaje Libertad y la Rue des Artisans, y las antiguas habitaciones albergan ahora locales de diseñadores de moda, decoradores, ateliers de artistas y estudios de arquitectura.

Al otro lado de la zona exclusiva, frente al cementerio, existían algún que otro restaurante y un par de confiterías, aunque ya presentaba el germen de la Recoleta actual: voluptuosa y mundana, con sus pubs, bares, restaurantes, hoteles boutiques y night clubs, de estos días.

En síntesis, existían dos áreas perfectamente definidas: un centro, lo que podríamos designar como el casco del barrio, con su tradicional nobleza, reservado para la elite, y la periferia, activa, bulliciosa, habitada por una clase media en crecimiento.

 

Pero volvamos a la actualidad.

Los días siguientes a aquel primer anuncio que atrajo mi atención volví a escuchar promociones similares de distintos anunciantes en otros programas de otras emisoras.

Incitado por la curiosidad ante tan insólita especialización del barrio, recurrí a la inestimable, y siempre dispuesta, colaboración, de don Google (¿quién si no?). No fue necesario apelar a mucha imaginación para iniciar la búsqueda, bastó con escribir ‘compraventa de oro en Recoleta’. Y... ¡vaya sorpresa!, las calles que antaño, con solo mencionarlas, remitían a la crema innata de la sociedad, albergaban ahora a no menos de una decena de locales destinados a una actividad tan vulgar como la de comprarle las últimas reservas de valor que algunos poseen, y que se ven obligados a enajenar para superar un trance ineludible. No contento con ello, en ocasión de tener que asistir a un evento en las cercanías, fui a recorrer en persona las calles de mi infancia. ¡Caray, cómo habían cambiado! Efectivamente, se había creado en un nuevo polo destinado al negocio del oro.

¿Qué le había ocurrido a la Paris argentina? ¿En qué recodo de la historia perdió el rango aristocrático que solía ostentar? ¿Cómo fue que, en poco tiempo, sus calles se poblaron con una cantidad inusitada de locales cuya actividad era mirada con desdén, particularmente por la misma clase social que residía en la zona?

 

Es sabido que la concentración geográfica de una determinada actividad (comercial o industrial) tiene sus beneficios: amplía la visibilidad de la actividad; atrae más clientes que si cada comercio operara en forma aislada; favorece la interacción entre los comerciantes posibilitando el intercambio de información sobre el mercado que les compete, facilita la colaboración para realizar operaciones conjuntas, viabilizando la concreción de negocios que en forma individual no hubiesen podido formalizar, entre otras ventajas. Sin embargo esto no responde a la cuestión que motiva este apunte, esto es: ¿por qué en esas calles?

Si tomamos en consideración que la zona no es de fácil acceso, que son escasas las líneas del transporte público que llegan al lugar, como sí ocurre con la calle Libertad en las proximidades de la avenida Corrientes, las adyacencias de Corrientes y Pueyrredón, el Once o el centro comercial del barrio de Belgrano y que el valor del alquiler de los inmuebles se cuenta entre uno de los más elevados de la Capital, cabría preguntarse cuáles fueron las razones que motivaron la elección de esas calles para instalar sus locales.

Rápidamente se podría responder: se trata de un sector de la Ciudad en el que se concentra un segmento de la población con elevado poder adquisitivo, y además lindante a una zona frecuentada por el turismo extranjero, lo cual configura una locación atractiva para la venta de joyas, relojes de colección y objetos preciosos.

Sin embargo, todos los anuncios que pude escuchar se limitaban a promocionar la compra del metal y no la venta de alhajas u objetos de joyería (‘compro oro’..., ‘pagamos mejor precio’..., ‘tasamos a valores internacionales’..., ‘no marcamos sus alhajas’..., proclamaban). Cabe suponer entonces que más allá de una potencial demanda, habían detectado que existía en el área una tendencia a la oferta de objetos preciosos antes que a la compra. Y no es éste un dato menor.

 

La oligarquía vernácula supo sustentar su fortuna, su linaje y su estilo de vida en la tenencia de la tierra.  Era usual asimilar los apellidos aristocráticos a las familias terratenientes. Pero desde hace años a esta parte, decenas de miles de hectáreas de tierras, que solían formar parte de ese acervo familiar fueron pasando a manos de corporaciones, compañías off shore, fondos de inversión, nacionales o extranjeros.

Y he aquí donde, en mi opinión, radica la principal razón para haber convertido a ese sector del barrio en un clúster[1] destinado a la compra de oro.

Muchas de aquellas fortunas se fueron diluyendo entre infinidad de herederos (las familias solían ser numerosas), gastos en juicios sucesorios interminables, administración ineficiente de las parcelas divididas, entre otras razones. Pero, para esas familias era necesario sostener, a toda costa, la pertenencia a la elite social y un estilo de vida acorde sus orígenes. Y para ello estaban las joyas de la abuela.

Claro que estas gentes no suelen concurrir a la calle Libertad o al Once para empeñar sus antiguos tesoros; lo hacen en las más tradicionales y prestigiosas joyerías de la ciudad cuya única actividad manifiesta es la venta de alhajas y objetos de arte. Lugares que les brindan privacidad y discreción, y a cuyos locales pueden concurrir a la vista de todos sin avergonzarse por ello.

Obviamente, esta circunstancia representaba un escollo para acceder a este importante yacimiento por parte de otros grupos de compradores de metales preciosos, que no gozaban del prestigio de aquellos pocos comercios tradicionales. Necesitaban mejorar su imagen a los ojos de esas gentes y nada mejor para ello que convertirse en sus vecinos jerarquizando sus establecimientos al heredar la dignidad que ostenta el entorno

 

Y así fue como, la París argentina se ha transformado ahora en el coto de caza de tesoros familiares largamente acumulados

 

 

 



[1] Grupos de empresas de un mismo sector agrupadas en una porción de territorio

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