MÁS QUE UNA ESTÚPIDA DISPUTA ENTRE EGOS
Ahora que los anti-vacunas, los libertarios con tinte fachistoide, los neo-nazis, los nazis (sin el neo), los conspiranoicos y otras especies de la fauna humana, todos ellas revestidas con el sello de republicanos, han resurgido para oponerse al pase sanitario, rescaté de la carpeta de los trastos un borrador que había garabateado sobre el enfrentamiento entre Lanta y Longobardi.
Consideré que viene a cuento porque en dicho apunte reflexiono sobre cómo una retórica sobre la libertad y los derechos individuales puede ser esgrimida como argumento para imponer ambiciones particulares sin considerar las consecuencias sobre el prójimo. Es como si esas arengas (que en ocasiones se parecen demasiado a sermones dictados desde un púlpito) estuvieran destinadas sólo para el consumo ajeno y no el propio.
Vayamos pues al texto original.
Este apunte está dividido en dos partes: la primera la escribí días después de la controversia entre Lanata y Longobardi, cuando aún no se pensaba en la renuncia de éste a la conducción de su programa; la segunda, después de haber escuchado el monólogo en el cual el periodista expone las razones de su alejamiento.
Muchos se preguntarán: ¿este tipo no tiene nada más interesante en qué emplear su tiempo que dedicarse a escribir sobre una insignificante pelea mediática?
Tal vez la pregunta resulte pertinente. En un principio yo mismo abordé el tema con una mirada ingenua, atraído por el chisme con los cuales los humanos solemos regodearnos para amenizar la diaria rutina. Pero, de a poco, fui entreviendo que el comportamiento de ambos ‘contendientes’ revelaba aspectos más profundos que el de un simple topetazo entre egos. Pusieron en evidencia que sus prédicas en defensa de los derechos ciudadanos, revestidas con una retórica seductora y ‘políticamente correcta’, caen en saco roto cuando sus intereses particulares entran en juego, y las palabras pierden todo valor a mano de sus actos.
1º parte. El piquete
Era el único paciente en la sala de espera del consultorio de mi dentista, ya que, debido a la pandemia, espaciaba los turnos para evitar aglomeraciones. Estaba aburrido, y por ello, en parte para distraerme y en parte para no pensar en lo que me esperaba, me dediqué a vagar por el celular, algo que no suelo hacer habitualmente.
En mi recorrida por las pantallas un titular llamó mi atención: “Los verdaderos motivos de la pelea Jorge Lanata vs. Marcelo Longobardi”. Era una nota en el portal de la revista Noticias con la crónica del acontecimiento. Me disponía a leerla cuando el doctor vocea mi nombre. Lógico. Si no hubiese tenido nada a mano para entretenerme sin duda habría demorado mucho más tiempo en llamarme (así es como los hados juegan con los humanos). Resignado, apagué el teléfono y entré a la sala de los tormentos.
Pero me había quedado con las ganas de chusmear sobre el conflicto entre esos dos popes de la comunicación; por eso, apenas llegué a mi casa fui hasta la computadora, abrí la Biblioteca de Alejandría de nuestra era y escribí: ‘pelea Longobardi Lanata’. Como cabría de esperar, de inmediato aparecieron “cerca de 77.600 resultados (0,52 segundos)”. Obviamente, ni loco pasaría de la segunda página para encontrar lo que buscaba. Mis ansias cholulas no eran tan imperiosas. Por suerte, ya en las primeras posiciones me topé, además de con la nota de la revista, con el video de un programa de la farándula en el cual reproducían el audio del suceso
El asunto en cuestión ocurrió durante el ‘pase’..
El ‘pase’ es un segmento que actúa como puente entre programas sucesivos. Durante el mismo los conductores de ambos programas mantienen un diálogo, en apariencia improvisado, comentando las noticias más relevantes de la jornada en cuyo transcurrir abundan la ironía, el sarcasmo, la sátira y los comentarios mordaces sobre hechos o personajes de la vida política local. Intenta ser algo así como una charla informal entre dos amigos sentados a la mesa de un bar frente a sendos pocillos de café. Supongo que dicho segmento, como parte de la programación, la programación tiene por objeto otorgar continuidad a la transición entre ambos programas. De este modo, imagino, se intenta conservar la atención del oyente evitando que migre a otra emisora.
Sucedió el 12 de agosto, minutos después de las diez de la mañana. La locutora del programa de Longobardi saluda la salida al aire de Lanata con el acostumbrado: ‘Hola George’, imprimiendo a sus palabras un tono afectado y teatral (algo así como: ‘¡Hola Yoooory!’, con la ye al final pero sin pronunciar la e). Pero, en aquella ocasión: ‘cri..., cri..., cri...’: silencio de radio. La locutora, con indisimulado asombro dice: Uh, no tá... Surge, entonces, la voz de Lanata: "Jorge está..., pero va a hacer silencio durante tres minutos" y a continuación explica las razones de tal actitud: Marcelo Longobardi, conductor de Cada Mañana, que ocupa el horario de
El ‘team’ Longobardi (locutora, cronista de temas económicos, cronista deportivo y humorista), intentan minimizar el hecho apelando a un tono gracioso y conciliador para convencer a Lanata de que retome la transmisión. Pero ante el persistente mutismo Longobardi toma a palabra, y, evidentemente molesto, se despide de la audiencia sin siquiera esbozar una disculpa para con su colega.
Este altercado puede parecer un intrascendente encontronazo entre egos sobredimensionados, y así fue tratado en diversos medios; sin embargo, como dije, expone conductas que tiran por la borda todo aquello que los actores involucrados proclaman a diario.
Un acto o suceso condensa en sí mismo dos lecturas: una factual, descriptiva; esto es, un recorrido superficial del hecho, y otra significante, interpretativa, que va más allá del acto en sí y descifra aspectos subyacentes, que en muchas ocasiones, y esta es una de ellas, los sujetos involucrados no hubiesen querido exponer.
Echemos un vistazo al incidente.
Según lo narra el mismo Lanta en el programa de Juana Viale, “Marcelo (Longobardi) tiene un problema, que es que avanza sobre el programa de los demás. Mi programa va de
Analicemos ambos comportamientos.
Comenzaré por el de Longobardi, generador del conflicto.
Longobardi es un periodista con larga trayectoria en los medios, lo cuál supone un vasto conocimiento de todos los aspectos involucrados en la emisión de un programa radiofónico (incluido el control de los tiempos). ¿Por qué, entonces, después de cuatro horas en el aire insiste reiteradamente en “pisar” el espacio del colega que lo sucede en la programación? Destaco ‘insiste reiteradamente’ pues, según lo relata el mismo Lanata, es una conducta en la que Longobardi persistió durante años, ignorando, sin duda alguna, los numerosos reclamos que debió realizar su colega.
Imaginemos uno de aquellos encuentros.
Lanata. Che boludo. ¿Por qué robás minutos de mi programa? ¿No te alcanza con las cuatro horas del tuyo?
Longobardi. Dale, ¿qué te molesta?, si a vos te sobra el tiempo. Destinás bloques enteros a cantar, contar chismes de la farándula o a enseñar cómo comportarse en la mesa.
Lanata. ¡La programación de mi espacio es asunto mío! Al menos no me limito a leer los diarios. Para eso cuatro horas te alcanzan y sobran.
Longobardi. Lo mío es analizar las noticias. Me levanto a las cuatro de la mañana para preparar el programa...
Lanata. ¡Por favor! Si no hacés más que repetir los editoriales y las columnas de Clarín y La Nación y las notas que te envía tu amigo desde Europa... Como sea. Es tu programa, hacé con él lo que mejor te plazca, pero no interfieras con el mío.[1]
Pero como estos imaginarios, aunque predecibles, debates no arrojaron ningún resultado, Lanata recurrió a las autoridades de la emisora quienes suspendieron el pase y programaron en su lugar un noticiero.
Inocentes, no contaban con la tozudez de Longobardi. Después de unos días de paz (lo cual demuestra que bien puede finalizar el programa a horario sin ver afectado sus contenidos) su compañero volvió a las andadas.
Ahora bien, volviendo a la pregunta ¿por qué Longobardi persiste impunemente en su comportamiento? La respuesta que cabe es extremadamente simple: porque ‘quiere’, y porque ‘puede’.
A lo largo de su extensa trayectoria, este periodista se ha manifestado con particular énfasis a favor de una sociedad meritocrática, basada en la libre competencia, dónde la valoración de los individuos se establece según sus méritos, y no duda en tildar de autocrático a cualquier atisbo de intromisión por parte de alguna autoridad.
Así, Longobardi ‘quiere’, porque juzga natural que alguien con méritos elevados (como los suyos) pueda ejercer su voluntad libremente. Ese es el orden de las cosas en este mundo. En consecuencia considera que las reglas no se aplican a él, y resulta razonable que una persona con sus méritos pueda imponerse sobre los derechos de los demás.
Pero también ‘puede’.
En principio porque detenta una posición dominante, en la grilla de la radio.
¿Qué quiero decir con esto? Si bien desconozco los aspectos técnicos de la emisiones radiales, infiero que Lanata no puede irrumpir en el espacio ocupado por Cada Mañana hasta que los técnicos de dicho programa lo habiliten o Longobardi de por finalizada su labor y entregue la transmisión. Esto lo coloca técnicamente en una posición dominante.
Pero, a la vez, los productores o las autoridades de la emisora permiten tal comportamiento. Entonces cabría preguntarse: ¿Por qué? ¿Quién o quiénes lo respaldan para que disfrute de ese grado de privilegio?
El programa bajo su conducción es líder en audiencia de la primera mañana. Y éste no es un dato no menor. El multimedio, del cual la emisora forma parte, tiene una clara orientación político-económica (la tan referida línea editorial) y es lógico inferir que el grupo corporativo, propietario del complejo de medios en el cual la radio es uno más, desee conservar esa posición de liderazgo, en parte por los ingresos que le proporciona la pauta publicitaria, pero también, y tal vez esto sea lo más relevante, porque Longobardi es uno de los que mejor comunica los intereses políticos, económicos y financieros del mundillo corporativo, local e internacional.
Son conocidas las relaciones de Longobardi con ejecutivos de las principales corporaciones (hubo una época en que se vanagloriaba de ello presentándolos como ‘¡mi amigo!’ tal o cual), y con los cuales es probable que comparta los links de golf (deporte al que es adepto? ¿Dependerán de su mediación ciertas pautas publicitarias? ¿Su presencia asegura la permanencia de algunos anunciantes? ¿Por ejemplo, cuánto le aportó a la emisora (o al grupo de medios) el desembozado lobby que realizó en favor de la vacuna de Pfizer?[2] No lo sabemos, pero no deja de ser llamativa la impunidad con la que se condujo a lo largo de años.
Por su parte, Lanata, al comprobar la inutilidad de sus protestas, pone en práctica una estrategia inteligente: la acción directa; tantos minutos de silencio como minutos tarde le entreguen el programa. De este modo involucra a su audiencia como víctima de la actitud de su colega, sometiéndolo a la valoración pública. Pero además, obliga a los directivos de la emisora a tomar cartas en el asunto, .pues, tanto si continuaran haciendo oídos sordos al reclamo, cuanto si inclinaran la balanza en favor de Longobardi, estarían avalando, ante el público, una situación a todas luces injusta.
¿Pero, que otra cosa fue ese silencio impuesto durante varios minutos, esa interrupción premeditada de la transmisión, sino un piquete radiofónico?.
¿Acaso Lanata, ferviente crítico de los piqueteros, al comprobar que sus apelaciones por las vías del diálogo caían en saco roto, consideró lícito recurrir a la misma práctica aplicada por los vagos ‘planeros’ cortadores de calles?
Resumiendo: Longobardi, el vehemente apóstol de las libertades individuales y de la responsabilidad ciudadana, hace abuso de su posición dominante y de las posibilidades que le otorgaba esa tan declamada libertad individual, para entregar su programa cuando lo considera oportuno, sin contemplar los perjuicios que ocasionaba.
Lanata, por su parte, ferviente crítico de actos (cortes de calles, movilizaciones, bloqueos, etc) que califica de coercitivos, no duda en reivindicar sus derechos recurriendo a esa misma metodología, con la cual también afecta a terceros inocentes.
Tal pareciera que la prédica edulcorada, políticamente correcta, por parte de ambos periodistas, es sólo un producto para “vender” y no para el propio consumo.
Hasta aquí el apunte inicial, pero la renuncia de Longobardi añadió un nuevo condimento a tan glamorosa historia.
2º Parte: Mirá lo que te perdés
Después de varios días de ausencia, sin que nadie explicara las razones, una mañana Longobardi hace su aparición. De inmediato, saludos de rigor mediante, anuncia su retiro del programa e inicia un extenso monólogo que comienza con estas palabras: “Hoy voy a hacer una crónica sobre mí...Es muy feo hablar de uno, pero no tengo más remedio...”. ¡¿Cómo?! ¿“no tengo más remedio”? ¿Quién lo obliga a que hable de sí mismo? ¿Acaso recibió amenazas de alguna oscura organización internacional, como Spectre[3], forzándolo a proceder de tal modo? Más adelante veremos que había una razón para ello.
Dijo que era una decisión largamente meditada. “Llegó el momento de soltar el éxito” [el destacado es mío], afirmó. Sin embargo, resulta llamativa la coincidencia de su anuncio a pocos días del ‘piquete’ de Lanata. ¿Coincidencia o consecuencia?
En otro tramo de su alocución expresó: “no me quiero extender mucho porque Lanata se va a enojar”. Obviamente no superó el altercado, lo tiene presente y le incomoda. Ninguna frase conciliatoria. Ni siquiera ese remanido latiguillo: ‘si se sintió ofendido me disculpo’, con el cual se deposita en el otro la sensación de ofensa y no en los propios dichos o acciones.
Previamente dedicó largos minutos, de los 35 insumidos en su despedida, a reseñar los premios recibidos y las distinciones que les fueron otorgadas a lo largo de “los 21 años de éxito y liderazgo”, de haber dejado las cosas “algo mejor de lo que encontré”; y se congratuló por todas la puertas que se le abrieron a raíz de su decisión.
Más allá de ostentar un ego formidable, sus palabras autocomplacientes confirman aquello de: ‘poseo los méritos como para ejercer mi voluntad, aun en desmedro de los derechos de los otros’. Y podemos conjeturar que no soportó la imposición de límites, razón por la cual optó por abandonar el programa con un discurso de despedida en el que parecía clamar: ‘¡miren a quién se pierden!’.
Y así fue como terminó esta historia.
[1] Obviamente este diálogo es ficticio pero si escuchan con atención varios de los pases realizados a lo largo del tiempo, en más de una oportunidad encontrarán antecedentes a lo aquí expresado. Claro que con un tono ameno, cordial y hasta jocoso.
[2] Es sabido que en todos medios ninguna mención de una marca es gratuita, y muchos menos si se realiza una apología de la misma.
[3] Spectre: Organización terrorista internacional, supranacional, contra la cual combatía James Bond.
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