PERIODISTAS
Apunte 1
¿POR QUÉ
LOS PERIODISTAS INTERRUMPEN
A SUS ENTREVISTADOS?
Este es el primer apunte de la serie
sobre periodistas referida en la Introducción.
Imaginemos que estamos viendo por primera
vez Psicosis de Hitchcock, y en la escena
de la ducha, justo cuando aparece la sombra tras la cortina,
se corta la luz; sin duda, el Tano
Pasman aflorará en nosotros con inusitada virulencia: ‘¡Nooo!
¡Noooo! ¡lpqtp!’.
Algo parecido estalla en nuestro interior
cuando un periodista corta la palabra de su entrevistado en el preciso momento
en que éste está a punto de proporcionar información esencial sobre el tema por
el cual fue convocado. .
Interrumpir la respuesta a una pregunta
se ha convertido en una práctica habitual en muchos de los programas
periodísticos de radio y televisión (y eso que nuestros padres no se cansaban
de repetirnos: ‘No se interrumpe cuando otra persona está hablando’). Actitud incomprensible
si consideramos que la decisión de entrevistar a un personaje responde a la
idea de que puede aportar información de interés para la audiencia.
Claro es que existen razones de
programación (horarios que deben ser cumplidos) o de índole comercial (tandas
publicitarias ya comprometidas con los anunciantes) que son inevitables.
También son comprensibles (y muchas veces bien venidas) aquellas interrupciones
que contribuyen a enriquecer el reportaje, aportando información relevante o
poniendo en evidencia una falsedad o contradicción. Pero hay otras
interrupciones que tornan las entrevistas en contiendas por quién se apropia de
la palabra, cuyo resultado es una sucesión caótica de frases inconexas y
conceptos truncados.
Y es éste el tipo de interrumpidores[1] a los que voy a referirme.
Aclaración previa. Sólo a los fines de
ordenar la lectura me permití crear categorías según el comportamiento de los
periodistas/conductores. Por supuesto, como toda clasificación, no es
exhaustiva y mucho menos excluyente (un mismo periodista puede pertenecer a
varas categoría al vez), razón por la cual dejo a la iniciativa del lector
sumar nuevas categorías o incorporar miembros a cada una de ellas. Pueden
hacerlo en los comentarios del presente apunte.
1. Los
omnívoros[2].
Son la élite de los interrumpidores; los superpredadores en
la cima de la pirámide. Son voraces, nadie queda a salvo de su pulsión a cortar
la palabra de quién esté exponiendo. Académicos, políticos, intelectuales,
científicos, miembros del mundo del espectáculo, incluso sus propios compañeros
de equipo, son abruptamente acometidos con cualquier excusa de ocasión. De
haber estado presentes, hubiesen interrumpido al mismo Jesús durante el Sermón
de la Montaña,
2. Los
selectivos[3].
He aquí a los sibaritas, los gourmets
del ramo. Tienen gustos muy definidos respecto a quiénes interrumpir y a
quiénes no. Suelen mostrarse sumamente
cordiales con los que son de su agrado o de su interés, los escuchan en
recoleto silencio, asintiendo a sus dichos con leves movimiento de cabeza,
independientemente de la falsedad o estupidez de lo que puedan estar expresando.
En cambio, ante personajes contra los cuales profesan cierta inquina o
representan intereses contrarios, adoptan una actitud agresiva; hasta el
semblante se les transforma, y apenas el invitado comienza a esbozar una
respuesta a la pregunta que le fuera formulada, lo interrumpe con un comentario
adverso o una nueva pregunta que lo saca de tema. El objetivo es que no
expongan sus ideas.
3.
Los Ególatras. Lejos de pretender incursionar en las teorías freudianas
sobre el yo, el súper yo o el ello, me limitaré a las definiciones
proporcionadas por la RAE: a) ególatra: “Que profesa la egolatría” b) egolatría:
“Adoración o amor excesivo de sí mismo”.
Los personajes que integran esta
categoría no soportan estar mucho tiempo fuera del aire; necesitan
imperiosamente verse en los monitores o escucharse a través de los auriculares.
Se desviven por ser el centro de atención, de monopolizar la escena, relegando
al entrevistado a un segundo plano.
Sus interrupciones constan de extensos
monólogos en los cuales desglosan toda suerte de reflexiones que, en muchos de
los casos, nada tienen que ver con el tema en cuestión, o bien ellos mismos responden,
en ese introito, la pregunta que habían formulando. Luego, apenas si otorgan
breves instantes para oír la respuesta, para, enseguida, volver a disparar una
nueva avalancha de palabras. Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que
aman el sonido de su propia voz.
4. Los
sabelotodo[4].
Integran esta categoría aquellos que padecen
de la ilusión del conocimiento[5]. Para
ellos ningún tema les es ajeno, son las wikipedias humanas. Por la manera de
conducirse en los reportajes, están convencidos de que sus reflexiones son más valiosas
que las opiniones del entrevistado, aún cuando éste sea un reconocido experto
en el tema que están tratando En estos tiempos de pandemia este comportamiento
se hizo evidente cuando no pocos periodistas interrumpían a destacados
epidemiólogos para regañarles por las medidas que aconsejaban adoptar. Los caracteriza
la impunidad del ignorante (concepto que me permití robar de un ensayo de Hanna
Arendt).
5.
Los Apropiadores. Maravillosos
ilusionistas de la palabra. Cortan la exposición del invitado, ¿con un aporte destinado a complementar los conceptos?,
¿con una repregunta incisiva, tal vez?, no. Se limita a repetir, en ocasionas
textualmente, lo que su invitado acaba de expresar, pero como si fuese una idea
pergeñada por su mente sagaz. Ante ello, resulta cómico ver la expresión
desorientada en el rostro del reporteado que asiente con un lacónico ‘así es’,
mientras, seguramente, debe estar pensando ‘¡Eso es lo que acabo de decir, ¿no
me escuchaste?!’.
6.
Los
Adictos. Una aclaración preliminar. Soy
consciente de que el título de este grupo puede conducir a malos entendidos. Pues
bien, no es mi intención referirme a quienes realizan su tarea bajo los efectos
de alguna sustancia, llamémosla, “problemática” (coloquialmente diríamos: empastillado,
falopeado, fumado, dado vuelta o tantas otras acepciones de uso popular); jamás
recurriría a la intimidad de las personas para esgrimirla como argumento. Me
refiero a los subyugados por el minuto a minuto. Para ellos los números mandan.
No dudan en cortar abruptamente, sin consideración alguna, la exposición de sus
invitados cuando advierten que los niveles de audiencia están bajando, dicho en
la jerga de los medios: ‘el entrevistado no rinde’. Y es entonces que los
despiden con un lacónico ‘Muchas gracias. Volveremos a invitarlo para continuar
con esta charla tan interesante’, ante el semblante acongojado de la víctima quién
sólo atina a esbozar una sonrisa forzada. No vaya uno a querer saber lo que
está pensando.
7. Los Ansiosos. A estos conductores-periodistas no los
anima las simpatías o las enemistades políticas, tampoco un ego formidable ni
la obsesión por el minuto a minuto, no señor, sus interrupciones están
motivadas por el ansia de otorgarle dinamismo a su programa (le llaman técnica
periodística). Si algo de lo que se dijo durante el reportaje fue comprendido
por el público, si las ideas fueron transmitidas con claridad, si las preguntas
quedaron zanjadas, no es tan importante como que el programa sea impetuoso,
ágil, vivaz. Al fin de cuentas las palabras van y vienen, lo que perduran son
las sensaciones.
8. Los
Autorreferenciales. Hay dos tipos de interrumpidores
en este grupo: a) los ‘yo ya lo viví’ invocado por aquellos que, sea cual fuere
el tema que se está tratando, interrumpen para introducir una anécdota en la
cual él es el protagonista, y que por lo general se remonta a décadas pasadas y
b) los ‘yo ya lo dije’ o ‘como yo siempre digo’: similares a los del grupo a),
pero en vez de entorpecer la declaración con un relato lo hacen señalando que
eso que está diciendo el entrevistado ellos ya lo dijeron en alguna otra
oportunidad, y, por supuesto, de inmediato se dan a declamar aquello que aseguran
haber dicho. En definitiva, resulta como si se estuviesen reporteando a sí
mismos.
9. Los
Provocadores. Nada como una buena pelea para que un reportaje adquiera la
trascendencia que jamás hubiese logrado de haber transcurrido por los carriles
normales. Y uno de los métodos más eficaces para lograr este propósito es
revestirse con el sayo de juez de la inquisición. Para ello se debe adoptar un porte
agresivo (en los casos de reportajes cara a cara) y un tono de voz desafiante, belicoso
y acusador, y lanzar pregunta tras pregunta apenas el entrevistado comienza a
hablar. Esto lo irrita, lo desequilibra y lo lleva a enredarse en un debate que
por lo general culmina de forma abrupta. Y una vez que la visita se retira, el
periodista, con aire compungido, se disculpa ante la audiencia por la enojosa situación
creada por su invitado, quién, a falta de argumentos, se mostró intolerante, grosero
e irrespetuoso de la libertad de prensa.
10. Los
testarudos. Excluyo de este grupo a los periodistas que, cual perros de
presa, intentan en sus interrogatorios extraer del entrevistado una información
relevante. Me refiero aquí a aquellos cuyas interrupciones persiguen un solo
objetivo: hacerle decir al entrevistado lo que ellos quieren que diga.
Resulta entretenido ver como muchas de esos
reportajes se convierten en un tour de
force entre la voluntad del periodista, cuyas preguntas incluyen con
frecuencia palabras claves (cuando no la respuesta deseada) para que el
invitado las confirme. Muchos aceptan el juego con beneplácito, otros, en
cambio, se debaten como gato entre la leña para escapar de la trampa.
Resulta gracioso cuando el periodista, frustrado
después de varios intentos fallidos al no obtener la respuesta deseada (lo
imagino rumiando mentalmente: ‘o decís lo que quiero que digas o te vas’)
despide a su invitado con un seco ‘muchas gracias por su visita’
Unas pocas palabras finales merecen los
panelistas. Claro, apenas si disponen de unos pocos segundos para destacarse y
atraer la atención sobre sí mismos. Impresionan como si hubieran sido
contratados con la exclusiva misión de interrumpir a los visitantes.
Me figuro el anuncio de una productora:
‘Se necesitan panelistas con probadas habilidades para interrumpir y entorpecer la
palabra de los entrevistados. Debe versar sobre cualquier tema. Presentarse de
Así que no los tomaré
en consideración.
[1] El término aprobado por la RAE es interruptores. Además del mecanismo que todos conocemos para cortar o restablecer un circuito eléctrico, la RAE lo define como adjetivo: Que interrumpe. Interrumpidores no existe como palabra pero tiene un sonido interesante diría simpático, y refleja de un modo más descriptivo la acción a la que refiero. CHICOS, NO UTILICEN ESTA PALABRA EN UN EXÁMEN POR LOS VAN A REPROBAR
[2] RAE. Dicho de un animal: Que se alimenta de toda clase de sustancias orgánicas.
[3] Que selecciona especialmente, que elije con gran cuidado las cosas que desea o las personas con las que tiene trato o relación.
[4] RAE: Que presume de sabio sin serlo
[5] La Ilusión del Conocimiento, Philip Fernbach, Steven Slogan (2017)
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