ADORABLE ABUELITO
CRÓNICA DE BUENOS AIRES
El bar que suelo frecuentar para beber un
buen expreso, es una fuente inagotable de personajes tan singulares que superan
mis más locas fantasías.
En esta oportunidad se trata de un sujeto
al que comencé a prestar atención a poco de escucharlo cuando mantenía una
conversación telefónica. Sí, sí. Ya los imagino pensando: este tipo es un chusma
que se sienta en un bar a tomar café como excusa para escuchar conversaciones
ajenas. ¡Falso! ¡No prejuzguen! El caso es, o tengo un oído biónico (ridículo)
o, en estos tiempos en que todo se comparte sin pudor alguno incluso hasta las
más ocultas intimidades, las personas vociferan en sus conversaciones privadas,
sean telefónicas o hablando cara a cara, como si tuviesen problemas auditivos.
En fin, como sea, se trataba de un hombre
que rondaría entre los cincuenta y sesenta años (no soy bueno estimando edades,
pero llegué a esta conclusión por lo que deduje de su charla). Era de
contextura física corpulenta, anchas espaldas, tórax robusto; su brazo derecho
(el único que alcanzaba a ver) fornido, vigoroso, estaba íntegramente cubierto
por un tatuaje que se extendía desde la muñeca hasta perderse debajo de la
manga corta de su remara negra. La cara cuadrada, con papada incipiente, lucía
una expresión rubicunda. Tenía el pelo entrecano, muy corto, enhiesto como
cerdas de un cepillo. Llevaba anteojos. Se diría un tipo que en su juventud
podría haber formado parte de la troupe de Titanes en el ring.
Dije que me sentí atraído por su
conversación telefónica, la cual, palabras más, palabras menos, paso a relatar.
Le contaba a un amigo (eso supuse) que su nieto iba a un colegio cuyo nombre no
recuerdo, y que cuando una nena lo empujó,
él le pegó un cachetazo que la tiró al piso; no conforme con ello, enseguida se
le arrojó encima y la mordió. Lo decía entre sonoras risotadas. Sí, no le alcanzó con tirarla al suelo,
después la mordió, repitió riendo a carcajadas. Me gustó, continuó diciendo,
la chica le hizo algo y él reaccionó; casi se la come. Más carcajadas. Me parece bien, la nena no debe ser muy
inocente. Como abuelo estoy orgulloso de que no se la haya aguantado.
No pude evitarlo, le clavé la mirada en
tanto pensaba: «Qué hijo de puta». El me miró. Fue una reacción impulsiva, en
ese momento no consideré que si hubiese reaccionado ante mi evidente hostilidad
podría haberme pasado por arriba como un tractor, pero, para mi suerte, desvió
la mirada y siguió comiendo su sándwich tostado con un café cortado.