TUTORIAL PARA GUSTAR DE UN HELADO
«Vaya estupidez —pensarán muchos con solo
leer el título—. Desde que tengo uso de la razón como helados, y este tipo
pretende instruirme cómo hacerlo. Uno más que quiere hacerse famoso escribiendo
en la Web».
Entiendo y acepto la crítica, yo tampoco
me detendría a leer consejos sobre cómo comer una porción de pizza o una
milanesa, así pues, siéntase libres de abandonar la lectura en este punto.
Pero antes de que tomen una decisión
apresurada, me permito sugerirles que consideren la alternativa de distraer solo
unos pocos minutos para incursionar en el tortuoso terreno al que ingresamos desde
el mismo instante en que nos decidimos a comprar un helado. Y no exagero, ese
simple acto nos somete a un cúmulo de conflictos físicos y emocionales, sobre
los cuales no tomamos consciencia porque, siéndonos tan familiares, los
abordamos de un modo irreflexivo, como veremos a lo largo de estas líneas.
Una consideración previa. El presente tutorial
está destinado exclusivamente a quienes consuman helados servidos en cucurucho.
Los fieles a los recipientes de telgopor, las tulipas de barquillo ondulado o
los vasos en general, no encontrarán nada útil en el texto.
Vayamos entonces a lo nuestro.
Llegamos a la heladería. Pagamos
anticipadamente nuestro pedido, y con el ticket numerado, cuyos tres últimos
dígitos determinan el orden en que seremos atendidos, nos sumamos a la masa
humana amontonada ante el mostrador. Esto remite a las épocas en que la gente
abarrotaba las heladerías; hoy no debemos sufrir tanto; pero supongamos que se
trata de un fin de semana de verano en una localidad turística, a principio de
mes, después de haber cobrado el aguinaldo.
Por cierto, nunca entendí esa tendencia de
la gente por apiñarse unos con otros. Ocurre lo mismo en las filas ante las
cajas de los supermercados. Aún en tiempos de pandemia —que todavía persiste
aunque intentemos desconocerla—, en que se recomienda el distanciamiento
social, es casi común sentir el aliento en la nuca —sin connotaciones eróticas,
por favor— de la persona que está detrás, como si al pegotearse alcanzaran más
rápido la caja. Hay en este comportamiento una especie de ansiedad no asumida
por acceder al primer lugar; y si no existiese un límite tácitamente impuesto
por la costumbre y las normas del lugar, saltarían unos sobre otros para lograr
su objetivo.
Como sea, el caso es que nos sumamos a
ese amontonamiento anhelante, a la espera de que voceen nuestro número. Pero, no
es ésta una espera intrascendente que requiera nada más que paciencia. No señor.
Está cargada de una ligera tensión. Tensión inevitable a menos que tengamos una
elección de sabores muy arraigado, en cuyo caso la duda no empañará los minutos
de plantón. Pero, si llegamos a la heladería confiados en que con un vistazo a la
lista de sabores hallaremos la iluminación, me temo que no podremos evitar los
acontecimientos en cierne. Esperaremos nuestro turno con la vista fija en las pizarras
donde se exhiben los diversos gustos disponibles. «¿Será rico el chocolate
suizo?»... «Ah, frutos del bosque a la crema, parece interesante»... y así nos
damos a recorrer el interminable listado: cremosos, frutas al agua,
especialidades de la casa. La duda nos acosa cuanto más avanzamos en nuestro
recorrido visual, hasta que por fin nos inclinamos por uno de los sabores;
ahora debemos ir por el segundo. Finalmente, después de no pocas idas y vueltas,
nos decidimos por nuestro segundo sabor, pero... «¿Cuál era el primero que
había elegido?»
En eso vocean un nuevo número, y solamente
después de que lo repitieron dos o tres veces caemos en la cuenta de que es el
nuestro. Alzamos la mano exhibiendo el ticket mientras gritamos: «¡Aquí!». Y con
el papelito enarbolado sobre nuestra cabeza, y sin quitar la vista del la
endemoniada pizarra, porque aún nos debatimos en la duda, nos apresuramos por
sortear, codos mediante, la barrera humana que parece empecinada en dificultar
nuestro propósito.
Una vez ante el heladero, le extendemos
el comprobante, sin mirarlo; la lista de sabores, cual si estuviese dotada de
un sugestivo poder hipnótico, ha capturado nuestra atención y no podemos quitar
los ojos de ella. La ansiedad nos acosa y sentimos la mirada demandante del
tipo tras el mostrador, que espera nuestro pedido paleta en mano. Bajamos la
vista hacia él, su semblante no refleja emoción alguna. Le sonreímos, y, con un
gesto de nuestra mano abierta, como quién demanda calma ante el inminente
ataque de un energúmeno dispuesto a saltar sobre nuestra yugular, susurramos:
«Ya elijo». Él nos responde con una leve mueca que supone una sonrisa.
Esta situación adquiere ribetes más
dramáticos aún, si hubiésemos optado por una heladería gourmet. Entonces sí, estaríamos
en un serio aprieto: red bull, te verde, cannabis y banana, zapallo, curry y
coco, sauco, jengibre, malbec y frutos rojos, chocolate picante, pera con queso
azul, queso y dulce —sí, postre vigilante—. «¿¡Qué demonios elijo!?... ¿Me
arriesgo con el Malbec o voy a lo seguro?». Nos tienta preguntar por el de
cannabis y banana, pero nos reprimimos; temerosos de las miradas cargadas de
sarcasmo en los clientes que nos rodean, o, peor aún, que algún inadaptado, por
hacerse el gracioso, se le ocurra comentar en voz alta: «Los sirven con un
porro, ensartado como si fuese un cubanito».
Finalmente, más urgidos por las
circunstancias que por propia convicción, elegimos dos sabores.
A fin de evitar esta agonía emocional, he
aquí nuestros dos primeros tips:
Tip
1. Cuando llega a la heladería, no
se apresure en ir a la caja a pagar y así obtener el ticket numerado. Ingrese,
estudie la lista de sabores, tómese el tiempo necesario, y una vez que esté
seguro de su elección entonces sí, abone y aguarde su turno.
Tip
2: Cumplido el Tip 1, mientras
espera ni se le ocurra volver a mirar las pizarras, porque de hacerlo seguro
comenzará a crecer en su mente el germen de la duda, y será como caer en la
casilla: vuelva al inicio.
Actuando de este modo la espera se
convertirá en un tránsito hacia el Valhala, en cuyo transcurso nuestra
imaginación preanunciará los momentos de goce que nos aguardan.
Pero algo vuelve interferir con nuestro
anticipado deleite. Sí, los seres humanos siempre nos la ingeniamos para
encontrar un motivo, real o imaginario, que nos ocasione incomodidad —sesgo de
negatividad, le dicen—. Tal vez forme parte de nuestros genes heredados de los
antepasados del paleolítico. Ellos no podían permitirse un instante de solaz,
obligados a permanecer siempre alertas no solo por el peligro que entrañaban otras
especies vivas, sino también por los humores cambiantes de la naturaleza, que
por aquellos tiempos no era nada amable y que ahora, cambio climático mediante,
pareciera recobrar su antiguo comportamiento..
Había mencionado que en del universo de
los consumidores de helados existe un grupo que opta por un solo sabor. Y sobre
ellos podríamos afirmar que, llegado al momento de realizar su pedido, ya
tienen la situación bajo control; sólo les queda esperar que complete el
cucurucho, tomarlo, volver a lidiar contra la marea que nos empuja en contrario
y pasar a la etapa siguiente, esto es, devorarlo. A menos que... incurran en el
gravísimo error de mirar hacia un costado, para chusmear como otro heladero
realiza la misma tarea con otro cliente. Entonces, inevitablemente, percibirá
que ese otro expendedor está sirviendo el cucurucho con más helado que el que
nos está atendiendo. Claro, nuestra mente se rebela ante tamaña injusticia: «¡Justo
a mí me tocó en suerte este tacaño!... ¡Poné más helado, miserable!. ¡¿Acaso la
heladería es tuya?!» . Así refunfuñamos con los labios apretados mientras le
clavamos una mirada cargada de furia, con la cual suponemos que le transmitimos
nuestro pensamiento. Esfuerzo inútil. Ningún gesto, ninguna mirada, ninguna
expresión logrará conmover al hombre, que nos extenderá el cucurucho con una
amplia sonrisa y un «que lo disfrute».
Tip
3. Por ningún motivo dirija la vista
hacia los lados. Concéntrese en las evoluciones del expendedor que le tocó en
suerte. De este modo evitará taquicardias, acidez y engrosar el arcón de los rencores.
Ahora bien, las estadísticas muestran que
la mayoría de los consumidores de helado en cucurucho se inclinan por ordenar
dos sabores, y aquí la situación se complica. Inevitablemente preferimos uno de
ellos por sobre el otro. Y es precisamente éste el alma del problema.
¿Nunca tuvieron la sensación de que el
sabor preferido es el que carga en menor cantidad, independientemente del orden
en que los solicitemos? Para ser más
claro. Supongamos que elegimos los sabores A y B, y el A nos gusta un poco más
que el B; pues bien, sin duda alguna, el helado contendrá más B que A, independientemente
de si pedimos A arriba y B abajo o viceversa..
Se invocan varias razones para disponer
los sabores en un cucurucho de helado, algunas físico-químicas, otras económicas
y, por supuesto, no pueden faltar las conspirativas.
El de mayor densidad abajo porque
sostiene mejor el peso del de arriba; el de mayor densidad arriba, porque estando
en contacto con el calor ambiental demora más en derretirse; el más caro de los
gustos —debido a los ingredientes que contiene— siempre en menor cantidad.
Pero cuando nuestra preferencia se
inclina por el gusto de menor valor, ¿cómo justificar que la porción sea más
pequeña comparada con la del otro, de mayor costo?
Los humanos estamos dotados de una
cualidad invaluable: tenemos explicaciones para todo —al menos eso es lo que
creemos—, y en casos como el presente, cuando no alcanzamos a entrever los
motivos subyacentes en un acontecimiento,
solemos apelar al lado conspirativo de nuestra personalidad.
Aquí, los detractores de siempre
objetarán que las conclusiones basadas en teorías conspirativas carecen de
pruebas objetivas e irrefutables. ¿Y desde cuándo necesitamos de pruebas
objetivas e irrefutables para creer en algo? ¿Acaso no existen quienes
sostienen con absoluta convicción que la tierra es plana o que las vacunas te
inoculan un chip de seguimiento? —como si con Facebook, Twitter o el chip del
teléfono celular no bastara—.
Podríamos enumerar infinidad de razones
que expongan los ocultos motivos por los cuales el heladero nos escamotea
nuestro sabor preferido, pero nunca agotaremos todas las posibilidades. Tampoco
importa. Pues siempre la conclusión será la misma: el tipo quiere jodernos.
Tip
4. Elija un solo sabor, respetando
lo señalado en el Tip 3 o acepte lo inevitable con abnegada resignación.
.
Llegado
a este punto no nos queda más que hacer sino observar las evoluciones del
heladero mientras completa el cucurucho.
.Como habrán notado, esta es una tarea
que requiere cierta habilidad y un claro sentido de las proporciones. Una o dos paleteadas y llena el cucurucho, y
luego se ocupa de la parte superior, a la cual suele otorgarle una forma de
cono. Para llegar a ello, primero moldea
el helado con la paleta contra la pared del tacho —no es pecado asomarnos sobre
el mostrador para observar las manipulaciones del heladero en el interior del
recipiente—, creando una especie de cilindro y enseguida lo aplica contra la boca
del cucurucho, luego moldea el extremo emergente con la misma paleta. Algunos,
en un alarde de pericia, invierten el cucurucho boca a abajo y, con suaves
golpes de la susodicha paleta, van perfeccionando el cono hasta afinar el
vértice casi como la punta de una aguja —Seamos honestos, y aceptemos que maginamos
como se desprende esa porción del helado y se estrella contra la mesada—.
Finalizada su obra, nos extiende el
cucurucho con suma delicadeza, tomándolo con la punta de los dedos, como si se
tratase de una frágil copa de cristal conteniendo un elixir mágico.
Algunos lo toman con el mismo cuidado que
él nos lo entrega, otros, lo apresan con toda la mano, como si fuese el mazo de
Thor. Sea cual fuere la actitud adoptada no podemos sustraernos al influjo que
ejerce ese extremo aguzado, y, antes de despegarnos del mostrador, le
propinamos un chupón.
Sucede, y es bastante común, que
adquiramos más de un cucurucho, ya sea para nuestra pareja o para nuestros
hijos. Ante esta situación la experiencia demuestra que en el 99.9% de los
casos, tampoco podremos resistirnos a picotearles ese tentador vértice —no
sienta culpa, es imposible evitarlo—.
Ahora bien, las consecuencias de tal acto
son distintas dependiendo del damnificado. Si se trata de la pareja, es muy
posible que no lo note, o, si lo hace, a lo sumo nos dispensará una sonrisa
condescendiente; pero si ese cucurucho es para una hija o un hijo, estaremos en
serios problemas. A ciencia cierta no le pasará desapercibido, y tendremos que
soportar una dura recriminación por haberle robado medio helado; rabieta que se
prolongará hasta que se duerma, después de la cena.
Tip
5. Paciencia, mucha paciencia. Después
de todo, eso de robarles helado a los chicos —al igual que caramelos— no es
para enorgullecerse.
Mordiscos o no mordiscos mediante, ya
tenemos el o los cucuruchos en nuestras manos. Ahora, como ya dije, debemos
desandar el camino hacia la salida atravesando la barrera humana que nos
apretuja contra el mostrador. Sin duda, casi todos habrán padecido alguna
experiencia al respecto, así que no voy a explayarme mucho sobre el tema. Sólo
importa destacar el cambio radical que se ha operado en nosotros después de haber
tomado posesión del preciado elemento.
En efecto, en esta oportunidad, lejos de
prepotear, emprendiéndola con los codos, pegamos los brazos al cuerpo
sosteniendo nuestro cargamento cerca del pecho, encojemos los hombros, y, casi
hechos un ovillo, solicitamos que nos abran el paso con la mayor cordialidad: «permiso...,
gracias..., permiso...». Algunos lo enarbolan por sobre la cabeza, como si
estuviese transportando la antorcha de las Olimpiadas. No lo aconsejo; es más
difícil controlar que permanezca en posición vertical, con los consiguientes
peligros para la humanidad propia y ajena. Es ésta una etapa que requiere de concentración
mental y dominio corporal.
Tip
6: Mantener el cucurucho en una
perfecta vertical. Para ello se sugiere conservar la cabeza erguida, mirando
hacia el frente, mientras que con nuestra visión periférica no le quitamos la
vista a la presea que transportamos.
Tip
7: Desplazarse con paso lento y acompasado,
deslizándonos sobre el suelo. Un paso en falso y surgirán los lamentos. No
conozco ninguna heladería que acepte devoluciones, ni tenga seguro por
accidentes en sus productos.
Bien, ha llegado el momento de saborear
nuestro helado y hay varias formas de acometer esta tarea.
No son pocos quienes la emprenden a
dentelladas contra la untuosa crema y no se detienen hasta haber dado cuenta de
la última migaja de barquillo. Resultado: en breves minutos el helado pasa a
mejor vida.
Claro es que tienen sus razones para
actuar de ese modo: a) padecen de ansiedad compulsiva. Son esas personas que se
introducen las papas fritas en la boca, una tras otra, hasta llenar la cavidad,
y no bien tragan una parte del contenido que apenas masticaron, vuelven a
embutir una nueva porción, y así, con los carrillos permanentemente inflados,
hasta agotar el contenido del plato o de la bolsa; b) procuran evitar que el
helado, que inevitablemente comenzará a derretirse, se deslice por los
laterales del cucurucho y embadurne sus manos y sus prendas. Se diría que emprenden
una batalla personal contra los procesos físicos y químicos que se obstinan en licuar
nuestra pasta helada.
Sea cual fuere la razón esgrimida y la
validez de las mismas, este modo de proceder es, cuanto menos, desaprensivo
para con una de las más prodigiosas creaciones del hombre.
Nuestra lengua posee alrededor de 10.000
papilas gustativas, e ignorarlas sería desperdiciar un cúmulo de voluptuosas
sensaciones.
Un helado debe degustarse lentamente, aguzando
todos los sentidos. Tampoco es cuestión de sumirnos en un éxtasis místico ante
cada bocado; se trata de conservar un fino equilibrio entre la maximización del
disfrute y evitar que el helado termine transformado en una sopa escurriéndose
entre nuestros dedos.
Existen dos maneras para acometer este objetivo:
Tip 8. Usar toda la extensión de nuestra lengua para
acariciar suavemente la superficie del cono superior, desde la base, en
contacto con el barquillo, hasta el vértice, y repetir esta operación en todo
el contorno con cierta continuidad. La sensación será inefable.
Una variante, también placentera, es realizar el
mismo recorrido pero utilizando solo la punta de la lengua.
En ambos casos recordar que siempre se
debe mantener la pieza en posición vertical; no es cuestión de zarandearla como
si fuese un joystick pues correremos el riesgo de que se desplome.
Otra forma, igualmente placentera, muy adecuada
para los más golosos o que no deseen emprenderla a los lengüetazos y prefieran
adoptar una actitud más recatada, es la que se describe a continuación:
Tip 9: Introducir en la boca la mayor parte posible del
cono superior y de inmediato, con un movimiento coordinado, el brazo se desliza
lentamente hacia abajo, mientras la cabeza, con la misma velocidad, lo hace en
sentido contrario, al mismo tiempo que se conserva una sutil presión de los
labios, o la parte interna de los mismos, sobre la crema helada. Huelga decir
que se debe poner particular cuidado en reprimir la tentación de utilizar los
dientes.
Bien. ya hemos saboreado el módulo
emergente, pero en el interior del cucurucho aún nos aguarda, por lo general,
otro gusto, al cual aún no hemos accedido. Y he aquí que nos encontraremos ante
un dilema: ¿comemos el barquillo o lo desechamos?
Tip
10: Para aquellos que gustan del
cucurucho no tengo mucho por sugerir; sólo destacar que proceder de una manera
delicada, sutil, es siempre preferible a la de atacar a lo bruto, embistiendo con
vehementes dentelladas, como ya lo comenté más arriba. Relajarse, autocontrol,
son lo secretos para prolongar el placer. Así pues, mordisquea suavemente los
bordes del cono —los labios del mismo, diría—, y de ese modo ir liberando
porciones del helado, que será posible capturar con la lengua, como ya hemos
descrito.
Pero están quienes se abstienen de comer
el cucurucho. Las razones pueden ser variadas, y podría resultar interesante
una encuesta al respecto. ¿Por qué no?, al fin de cuentas se realizan encuestas
sobre tantos temas. Constaría de solo una pregunta: ¿por qué no comes el
cucurucho?; con opciones como: tiene la superficie rugosa, engorda, sabe a
cuero seco o cartón, ninguna de las anteriores Detallar —una encueste que se
precie siempre debe incluirse la opción ‘ninguna de las anteriores. Detallar’—.
En este caso, nuestra lengua adquiere una
mayor preeminencia, y usarla con sabiduría será esencial.
Tip
11. Sin apresurarnos, avanzamos hacia
el interior de la cavidad, lamiendo suavemente, como ya expliqué; no olvidar
las paredes del mismo. Paulatinamente deberemos ir extendiendo la lengua para
acceder a nuestro objetivo. Y así avanzamos, trabajosa pero placenteramente,
hacia las profundidades del cono, y cuando lleguemos a la extensión máxima de
nuestro órgano, podemos cubrir con la boca una porción del cono para alcanzar una
mayor hondura.
¿Y la cucharita? No comentaré sobre el
uso de elementos ajenos a los que nos proporcionó la naturaleza, no obstante no
me opongo a su empleo. Podría ser tema para otro tutorial, cuyo título sería
ser algo así como: Tutorial sobre el empleo de accesorios en la degustación de
helados.
Unas palabras finales para cuando demandamos
una cobertura de chocolate.
Más allá de las apuestas mentales que
realicemos sobre si se cae dentro del tacho el cono superior al sumergirlo en
el baño de chocolate tibio, y nos regocijemos internamente cuando ello ocurre —es
el castigo de los dioses por habernos colocado una menor cantidad de nuestro
gusto preferido. Sí, somos rencorosos y no hemos olvidado ese detalle—.
Lamer la superficie solidificada del
chocolate no nos aporta ninguna satisfacción, razón por la cual es normal que
demos un primer mordisco al vértice superior. A ciencia cierta, masticar esos
trozos de chocolate mezclados con la crema helada suscita una sensación
inefable. Claro, esto nos envalentona y damos un segundo mordisco Es entonces
que comienzan a desarrollarse grietas —término del cual los argentinos nos
hemos enamorado— en distintas partes de la cobertura, por las cuales comienza a
manar nuestra apreciada substancia. Esto es inevitable y tiene su explicación
científica. Cuando el heladero sumergió la porción emergente
del cucurucho en el chocolate cálido, elevó la temperatura de la crema, la cual
quedó contenida por la cubierta solidificada; pero al resquebrajarse ésta, encontró
una vía de escape, al igual de lo que solemos ver en las películas de
catástrofes cuando comienza a agrietarse una represa. Ante la posibilidad de un
inminente desmoronamiento de nuestra montañita en la cúpula del cucurucho,
desesperados, desprendemos trozos del chocolate, los que introducimos
precipitadamente en nuestra boca. Pero ya es tarde; el helado chorrea por todos
lados. He aquí una muestra minimalista del calentamiento global.
Y por ser éste un proceso natural, no
tenemos ningún Tip al respecto.
Pero a no acobardarse. Por un buen helado
vale la pena soportar ansiedades, apretujones, rabietas, ensuciarse y mucho
más.
Disfrútenlo
FIN
© Norberto Diskin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario