miércoles, 23 de noviembre de 2022

El muro de silencio

 



EL MURO DE SILENCIO

CRÓNICAS DE BUENOS AIRES

 

 

Sucedió en un bar del barrio de Palermo entre las once y once y treinta de la mañana. Una pareja joven, de unos treinta años, tal vez menos, ingresa al local y ocupa una mesa junto al ventanal que da a la calle. Esperan en silencio que los atiendan. Al cabo de varios minutos, durante los cuales no intercambian palabra alguna, se les acerca una moza y les entrega sendos menús. Realizan sus respectivos pedidos. Tampoco hablan entre sí mientras esperan el servicio.

Apenas les sirven los platos, el muchacho la emprende a dentelladas contra un soberbio sándwich, en pan negro, de carne y vaya uno a saber qué otros complementos y aderezos; en tanto, ella se aplica en mezclar, con sumo cuidado, el aliño que había añadido a un bowl colmado con verduras, croutons y tiras de pechugas de pollo. Todo, en el mayor de los silencios. Cuando terminan de comer se quedan sentados por largos minutos, el uno frente al otro, sin pronunciar una sola palabra. De pronto, la muchacha se levanta y se dirige al toilette. El joven, llama a la camarera y paga la consumición escaneando el QR desde su móvil. Cuando ella regresa, se marchan, tal como llegaron, sumidos en el más absoluto de los mutismos.

En estos tiempos, que alguien definió como posmodernos (vaya uno a saber cómo nombrarán a los años venideros) es frecuente, casi normal diría, ver a parejas jóvenes, y no tanto, sumidos en sus propios teléfonos celulares, ignorando la presencia del otro u otra. Pero no fue éste el caso, y por ello atrajeron mi atención.

Paseaban sus miradas por el lugar, como buscando algo con lo qué distraerse o fijaban sus ojos en los platos vacíos que tenían ante sí o miraban fugazmente a su acompañante, y de inmediato volver a desviar la vista hacia otro lado. Así durante un buen rato.

Lo primero que vino a mi mente fue que discutieron en la mañana y aún no superaron el enojo. Sin embargo, no había en ellos rastros de la resaca que, por lo general, suelen dejar tales episodios: semblantes sombríos, crispados; miradas adustas, recelosas, cargadas de reproches; por el contrario, se mostraban relajados, y hasta diría cómodos en la situación.

El ser humano ha dotado de sentido al silencio, y le otorga un sinnúmero de significados. Los hay indulgentes y severos, piadosos y crueles, sabios e ignorantes, liberadores y opresivos; también, los silencios de los ausentes, del amor no correspondido, de la distancia, de la cobardía..., y tantos más. Pero no debe existir un silencio más funesto, más opresor, que el silencio que habita en nuestro interior: ese silencio que erige un muro que nos constriñe y nos aísla, no sólo de los demás, sino también de nosotros mismos.

Mientras se alejaban me pregunté cuánto tiempo persistiría el silencio en aquella pareja: horas, días, o, tal vez, disimulado tras la pantalla de un celular o de un televisor, toda la vida en común.

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