EL PRECIO DEL AMOR
CRÓNICAS DE BUENOS AIRES
En principio quisiera despejar falsas expectativas; el apunte no trata sobre el costo que demanda recurrir a una prostituta, sino a uno de los tantos gastos que debe afrontar un varón para mantener relaciones sexuales o hacer el amor (eufemismos[1] que se suelen emplear para referirse a coger, fifar, follar, echarse un polvo, etcétera) con su pareja: novia/novio, esposa/esposo, amiga/amigo con derechos o una simpatía circunstancial. Como sea, llámenlo como quieran. ¿Por qué será que todo lo referido al sexo se reviste con términos ‘supuestamente correctos’?
Sucedió en una farmacia (no abriguen
ilusiones, no voy a narrar ninguna escena sexual en el interior de una
farmacia; no es éste un apunte porno).
Mientras esperaba el turno para ser
atendido, me puse a curiosear el contenido de los exhibidores próximos al
mostrador. Prestaba escasa atención a los productos que pasaban ante mis ojos:
cremas, lociones, alcohol, gasa, hasta que me topé con una gran variedad de profilácticos,
preservativos, condones, forros...; bueno, ya saben a qué me refiero. Hacía largo tiempo que no me valía de tal
protección, no por inconsciente o desaprensivo para con mi pareja, sino porque,
dados los años de convivencia, no lo consideramos necesario; así que me detuve a
chusmear las novedades que había creado el mercado. Encontré marcas que ni
siquiera había oído nombrar con tipos, texturas, clases, calidades y modelos en
una variedad capaz de satisfacer los gustos más pintorescos; hasta había uno
que anunciaba en su envase: ‘retardante. Placer prolongado’: contenían
benzocaína para retardar la eyaculación. ¡Vaya con el adelanto tecnológico de
la pos-modernidad! En mis épocas teníamos que apelar a la voluntad y al control
de la mente, sea porque nos importaba satisfacer a nuestra pareja, o por no hacer
un papel lamentable. El caso era que demandaba una participación más activa de
nuestra parte, era más genuino, menos artificial, por así decirlo.
Pero lo que mayormente atrajo mi atención
fueron los precios (los anoté porque ya en ese momento imaginé este apunte. Importa
aclarar que son valores de dos meses atrás, hoy, estimo, deben ser muy
superiores).
El modelo común, el más simple, sin
chiches ni aditivos de ningún tipo, variaba desde $ 255.00, el más barato,
pasando por $ 464.00 hasta $ 677.00, ¡LA UNIDAD! Es decir que para tener sexo
seguro en la actualidad se comienza desembolsando como mínimo $ 255,00,
suponiendo que se trate de alguien con una actividad sexual muy frugal, o muy
ocupado y tiene prisa.
Salí de la farmacia pensando en la
prédica que a diario escuchamos sobre la educación sexual de los jóvenes en
boca de médicos, sexólogos, educadores, periodistas, panelistas y quién otro
disponga de un micrófono a su disposición. ¡Cuánto palabrerío!, ¡cuánto
voluntarismo[2]!
Intenten convencer a un joven de bajos
recursos, con las hormonas bullendo (algo que suelen experimentar desde que
Freud inventó el sexo), que destine $ 255.- (un paquete y medio de fideos, del
más económico) en la compra de un forro que, si es responsable, debiera
descartar después de un uso. Por favor, no seamos ingenuos.
Más efectivo que toda esa retórica, útil
solamente para consumir minutos de aire, sería desarrollar campañas motivacionales
prolongadas en el tiempo a la vez que sistemas de distribución de preservativos
gratuitos, no solo en hospitales o centros médicos sino también en unidades
móviles emplazadas en las zonas de esparcimiento juveniles. Y, ¿por qué no?
(tal vez suene alocado), instituir el uso del forro como moda, como algo cool. Al fin de cuentas no son pocas las
modas extravagantes que han sido adoptadas por distintas generaciones.
[1] Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.
[2] El voluntarismo es la formación de ideas o la toma de decisiones basándose en lo que resulta deseable o agradable de imaginar, en lugar de basarse en las evidencias o racionalidad. (Wikipedia)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario