MIS ADORABLES ENEMIGOS
CRÓNICA DE BUENOS AIRES
Era la mañana de un domingo de otoño:
húmeda, negros nubarrones cargaban el cielo, sin embargo, la temperatura era
agradable. Me senté a una mesa en la vereda, debajo del toldo que se desplegaba
en la ochava de un bar que suelo frecuentar porque preparan el café como me
gusta. Estaba solo, nadie ocupaba el resto de las mesas dispuestas en el lugar.
La calle estaba vacía; un que otro transeúnte o algún vehículo pasaban de tanto.
El silencio reinante era acogedor. Me dispuse, entonces, a corregir el primer
borrador de un cuento que había terminado hacía ya varios días. Así pues, me
aboqué a la tarea, en tanto, sorbo a sorbo, saboreaba mi dosis de cafeína. De repente,
un golpe en el respaldar de la silla que repercutió en mi espalda, me arrancó
del mundo de fantasía en el que me había sumido. Molesto, me volví hacia atrás
con vehemencia revelando mi fastidio. Una mujer que rondaría los cincuenta
años, entrada en carnes y rostro de facciones duras había desplazado una silla para
hacerse espacio y sentarse a una mesa situada precisamente detrás de la mía, donde
otra mujer, de contextura y facciones similares a la primera, ya ocupaba el
lado opuesto. ‘Disculpe’, me dijo a regañadientes, al menos así me sonó; yo
asentí con un desdeñoso movimiento de cabeza.