¡SACRILEGIO!
Era jueves cerca del mediodía. Me dirigía al centro en subterráneo. Debo
decir que soy un fanático de este medio de transporte; es mi primera, y, dentro
de lo posible, mi exclusiva opción para trasladarme por de la Ciudad. El
escenario era el de costumbre: hombres y mujeres de todas las edades, todas las
apariencias, todas las ocupaciones, sumidos en las pantallas de sus celulares: ese
apéndice que el género humano adoptó como parte de su mente. Estaban los que
tipeaban incansablemente con los pulgares (se diría que habían egresado de una moderna
escuela Pitman), o los que recorrían pantallas, en una loca carrera vaya uno a
saber contra qué o quién; varios ocupaban sus orejas con auriculares cableados
al aparato y un par lucían esos coquetos accesorios bluetooth, otro dormitaba.
Así transcurría el viaje en la más
absoluta calma, hasta que de pronto la vi. Era una mujer joven, sentada,
leyendo un libro bastante voluminoso. ¡Sacrílega! ¡Apóstata! ¿Cómo se atrevía a
exhibir con absoluto desparpajo ese objeto de papel con textos interminables, y
no pocas veces irreverentes, nihilistas o provocadores? En otros tiempos
hubiese sido una segura candidata a la hoguera.